LAS PARADOJAS DE LA SOCIEDAD
DEL SIGLO XXI
La
intervención social en los Estados de Bienestar y el sistema neoliberal
La idea de Estado del
Bienestar a menudo va ligada a la idea de Democracia moderna. Es la idea de una democracia cada vez más participativa
que satisface todas las necesidades de sus conciudadanos mediante la
construcción social, económica y política de un modelo de sociedad paternalista
y benévolo llamado " Estado de Bienestar ". ¿Pero realmente es eficaz este modelo de
vertebración social? ¿Consigue
satisfacer las necesidades de la clase trabajadora y atender a los intereses de
los sectores más desfavorecidos? ¿Es,
en definitiva, la consecución del Estado de Bienestar lo más deseable, pudiendo
considerarlo el punto más álgido del progreso social?
Desde una visión
historiográfica y oficial, si la aparición de las democracias fue quizás lo más
destacable a lo largo del siglo XX, en las sociedades contemporáneas del siglo
XXI los avances científicos y tecnológicos y la hiperinformación tratan de
modernizar las democracias del siglo anterior para reforzar y consolidar el
nuevo tesoro: el Estado de Bienestar
Sin embargo, ¿hemos obtenido
los resultados esperados? La mayor participación del conjunto de la sociedad y
la existencia de relaciones de cooperación entre distintos países y organismos
debería haber asegurado la creación de sociedades igualitarias donde todos y
cada uno de sus miembros tienen cubiertas sus necesidades básicas y vitales. Pero pese a todo, parece que los objetivos no
acaban de lograrse. Probablemente
incluso muchas veces ni siquiera se contemplan objetivos a alcanzar y, por
tanto, no existe ninguna actuación ni intervención de ningún organismo.
Las sociedades modernas del
siglo XXI, muchas de las cuales ya cuentan con más de un siglo tratando de
mejorar sus democracias, no han conseguido todavía eliminar las desigualdades
que acogen en su seno. Aunque puede que
hayan democratizado las instituciones y las estructuras estatales, no han
conseguido aún democratizar la sociedad, no han conseguido extender la igualdad
a todos los ámbitos: el educativo, el laboral, el sanitario, etc.
Entonces aparece la
primera paradoja, una
contradicción en pleno siglo XXI y en la que una sociedad modernizada
industrial y tecnológicamente sigue dividiéndose en dos sectores: los
ciudadanos y los desheredados, es decir, aquellos que pueden mantener su vida
pública e individual de acuerdo con el entorno social, y aquellos que no pueden
acceder a este entorno social, a una alimentación y educación adecuadas, a posibilidades
laborales dignas y lejos de la precariedad... en pocas palabras, aquellos a quienes les es
negada la condición plena de ciudadanos. Son la mano de obra barata y no cualificada
que necesitan los estados neoliberales, cuyos intereses se contraponen
directamente a los objetivos de los supuestos Estados de Bienestar. Y mientras no desaparezca esta dualidad que
caracteriza a los sistemas democráticos, nuestras sociedades no estarán nunca a
la altura de la historia que nos ha tocado vivir.
El futuro del Estado de
Bienestar
¿Hacia dónde debería caminar
el Estado de Bienestar? Pues hacia la disolución de sí mismo, hacia su
desaparición en tanto que se han eliminado las desigualdades sociales y las
funciones de este Estado de Bienestar quedan ya obsoletas y sin sentido. Esta debería
ser la verdadera tarea del Estado de Bienestar: la desaparición de todas las
desigualdades en una sociedad y la participación activa en la organización de
todos los ámbitos de la vida social e individual. En el momento en el que este objetivo se haya
alcanzado, en el momento en el que una misma sociedad, per se, asegure
la igualdad plena de sus miembros, el Estado de Bienestar y todas las
actuaciones que se derivan serán innecesarias.
Posiblemente este sea uno de
los motivos por los que sabemos que el Estado del Bienestar se organiza para
perpetuar el sistema de desigualdades, pues sin estos no tendría ningún sentido
la acción tutora y paternalista de ningún Estado. Es por ello, entonces, que ningún Estado
nunca acabará con las desigualdades sociales y económicas, por lo que toda
figura de Estado deberá ser eliminada, puesto que ante una nueva sociedad donde
sus miembros organizan la respuesta a sus propias necesidades, la acción tutora
del Estado, sea del tipo que sea, es completamente irrelevante y prescindible.
Pero el Estado se nos
aparece como la gran alma mater de la humanidad, como el salvador que
nos evitará todo sufrimiento y desgracia, y por eso nos envía a su redentor: el
Estado de Bienestar. Con el fin de
combatir las deficiencias que muestran los sistemas neoliberales, los Estados
se nos presentan mediante varios tipos de intervenciones, tanto institucionales
como no institucionales y tanto estatales como no estatales (ya que también
cuentan con las iniciativas privadas afines a su funcionamiento). Hay que prestar especial atención, nos dicen,
a aquel sector que hemos definido como los desheredados. Entonces, tal es la función de los Estados de
Bienestar: una función, la de asistencia, paliativa y preventiva respecto de
las desigualdades, que mejor tendría que huir de convertirse en el objetivo
para conformar un instrumento más hacia a la erradicación completa de estas
desigualdades al entender que el objetivo del Estado del Bienestar debería ser éste:
no prevenir ni paliar, sino erradicar.
En consecuencia, prevenir y
paliar deben convertirse en medios para alcanzar el objetivo de erradicar,
objetivo que necesita también de otras estrategias que puedan constituir una
acción global y no fragmentada hacia la realidad sobre la que actúa y que al
tiempo que refleje todos y cada uno de los conflictos de manera general,
también sea capaz de ofrecer una perfecta visión diferenciada e
interrelacionada del problema social.
Sin embargo, repetimos, la idea de Estado de Bienestar es paliativa y no
resolutiva. Y en tanto que es paliativa, se demuestra y se acepta que el Estado
es creador y mantenedor de desigualdades y que se necesita de un monstruo
caritativo llamado Estado de Bienestar, de carácter compensatorio, para ofrecer
una imagen equilibrada sobre uno de los sistemas más desequilibrados que
podrían existir.
Esto nos conduce a la
afirmación rotunda de que el Estado no funciona. Y no funciona porque no actúa sobre la
génesis de los problemas, ya que una intervención eficaz sobre las debilidades
de las sociedades modernas debería conseguir relacionar todos los conflictos y
problemas particulares y concretos bajo una gran visión global que no
perjudique la identificación de estos conflictos sino que contribuya a su
solución a partir de su relación con el resto de problemáticas.
Estado, Sociedad e
Individuo
Esta perspectiva más global
que conforma el Estado de Bienestar se construye, entonces, a partir de otras
visiones menos vastas y más concretas, visiones que toman forma con las
diferentes políticas y programas dirigidos tanto a problemáticas más generales
-los roles de género, el acceso universal a la educación o una alimentación
básica garantizada- como también a problemáticas concretas -la violencia
machista o la defensa de los derechos de una etnia o cultura determinada , la
intervención en grupos de población en riesgo de exclusión social, etc.- .
En este punto llegamos a
una segunda paradoja:
cuando debería ser el Estado de Bienestar quien, con sus propios mecanismos,
garantizara el bienestar -valga la redundancia- de la sociedad y la protección
de los desheredados, la realidad nos muestra que es la sociedad con las
diferentes iniciativas y programas quien realmente garantiza el mantenimiento
del Estado de Bienestar e intenta poner solución a las carencias de éste: no es
el Estado de Bienestar quien cuida de la sociedad sino a la inversa. La reciprocidad entre Estado, Sociedad e
Individuo se produce de una manera tan intensa e interactiva que a menudo da
lugar a serias confusiones que nos llevan a invertir los papeles y las
funciones de cada uno.
Dicho de otro modo: el
Estado debe garantizar el cumplimiento de los derechos que pregona, pero como
no lo puede hacer surgen iniciativas populares y/o privadas -organizaciones,
asociaciones, etc.- para hacer efectivo el cumplimiento de estos derechos. De esta manera es el individuo quien mantiene
una lucha diaria contra las desigualdades, pero siempre dentro de las reglas
impuestas por el Estado y por el capital, por lo que la inmensa mayoría de
intervenciones se convierten en asistenciales y difícilmente actúan sobre la
causa de los problemas. Y sin darse
cuenta de ello, los únicos derechos que estamos garantizando no son ni los del
individuo ni los de la sociedad, sino los del Estado y su autoridad.
Las iniciativas locales
Posiblemente las pequeñas
iniciativas de carácter localizado sean las intervenciones más eficaces en
tanto que surgen en el mismo foco del conflicto y se desarrollan en un contacto
permanente con esta misma problemática. Este
hecho nos demuestra una vez más que las sociedades deben construirse desde las bases
y nunca de manera vertical, descendente y ajena a estas bases que son los
individuos. Son las comunidades
organizadas de manera horizontal quienes nos conducirá hacia el verdadero punto
álgido del progreso humano.
Por otra parte, a menudo al
problema social que se quiere atender se deben añadir las problemáticas de los
recursos y de la financiación, lo que frecuentemente provoca serios
desequilibrios entre los conflictos presentes y la capacidad de las
intervenciones existentes, confirmando así la contradictoria dualidad entre
estado neoliberal y estado de bienestar dentro de un mismo sistema y sociedad.
Un ejemplo lo tenemos en la
atención a la infancia. De hecho, uno de los sectores de población más críticos
y que más urgentemente reclama la atención de los diferentes organismos que
trabajan por la defensa y cumplimiento de los Derechos Humanos es el sector
infantil. La infancia se encuentra
totalmente desprotegida y falta de recursos físicos, psicológicos e
intelectuales para defender sus propios derechos, quedando a merced de las
intenciones o necesidades del mundo adulto y de la sociedad que les rodea. Es un sector de población dependiente por
naturaleza, y su biología impide cualquier intervención dirigida a su emancipación
o autosuficiencia temprana por razones obvias.
Pero además, y es lo más
importante, la infancia de hoy es la sociedad del mañana, son las personas que
establecerán la sociedad futura mediante sus relaciones psico-afectivas y
sociales y resulta imprescindible y primordial conseguir una infancia sana,
educada, libre y feliz. Muchas de las
acciones encaminadas a la protección a la infancia a nivel europeo se engloban
bajo un conjunto programático, totalmente estructurado y normativizado, que
llamamos "políticas de Atención y Educación de y la Primera Infancia".
Esta atención temprana ha
cobrado tanta importancia que las acciones llevadas a cabo proceden tanto desde
las diferentes administraciones e instituciones como desde iniciativas de
asociaciones de carácter local y con recursos mucho más modestos. Sin embargo y atendiendo a la importancia de
la etapa infantil en el desarrollo humano, sobre todo desde perspectivas
pedagógicas, estas intervenciones no se encuentran a la altura del conflicto.
Realmente la atención a la
infancia no es nada coherente con lo que reflejan los currículos educativos,
los informes de diferentes organismos médicos o sociales, o las investigaciones
psicopedagógicas y científicas más a la vanguardia, como las realizadas por el
neuropsiquiatra infantil Jorge Barudy y que demuestran la relación directa
entre el desarrollo neuronal y el afecto, el vínculo o la crianza de apego.
Las necesidades que muestra
la población infantil sobrepasan de manera alarmante los recursos que ofrecen
las administraciones e incluso otras organizaciones como las de carácter no
gubernamental, y en consecuencia encontramos iniciativas más modestas que
aparecen desde la convivencia con el conflicto cuyas humildes actuaciones desprenden
una humanidad que difícilmente se podrá encontrar reflejada en leyes y
decretos. Esta humanidad, esta
disposición plena de la afectividad como una herramienta positiva más, se
convierte en un contacto directo de los afectados y afectadas con la sociedad
que los tendría que acoger y proteger. No
son ayudas económicas ni teorías igualitarias hacia los desheredados, sino que
se trata de una mano cálida y fraternal extendida a aquellas personas que lo
necesitan.
Así, con esta tarea que
podríamos calificar de socioafectiva, aparecen nuevas iniciativas que pretenden
devolver a la sociedad el carácter humano que no debería haber perdido nunca. Se reivindican los espacios físicos y
temporales destinados a la familia, entendiendo la familia no desde una
perspectiva tradicional sino percibiéndola como el primero y más cercano
espacio de protección y desarrollo del niño.
Más que de "familia", deberíamos hablar de "comunidad
afectiva". Su objetivo es buscar
espacios o puntos de encuentro que favorezcan la comunicación desde el afecto,
el respeto, el diálogo y la solidaridad, combatiendo la alienación a la que nos
vemos sometidos como individuos en provecho de la sociedad.
Aparece aquí una tercera
paradoja que conforma
una característica inherente a las sociedades modernas del siglo XXI, y es que
si bien debería ser la acción del individuo la que conforme la sociedad
siguiendo los intereses y necesidades de los individuos en cada momento, es la
sociedad quien construye la esencia de cada individuo, imponiéndoles sus
necesidades e intereses como sociedad, en este caso, como sociedades
neoliberales.
No, en absoluto funcionan
las "políticas de Atención y Educación de y la Primera Infancia " cuando
proceden de su idea genérica de Estado de Bienestar. Al Estado sólo le interesa salvarse a sí mismo
como institución. Entonces, ¿cómo podría
un Estado favorecer políticas que revelarían, de ser efectivas, la inutilidad
de su propia existencia? Y por otro
lado, si la idea de Estado de Bienestar es capaz de dejar desamparado uno de
los sectores más vulnerables y débil, ¿qué no será capaz de hacer con la clase
trabajadora adulta?
Del mismo modo que hemos
hecho con la infancia, podríamos tratar de analizar todos y cada uno de los
sectores vulnerables y agredidos constantemente por los Estados. Los colectivos étnicos o migrantes, por
ejemplo, siguen siendo otros grandes afectados en este desequilibrio sistémico
y humano, lo que debería provocar un nuevo debate social y que en cambio
continúa escondiéndose bajo la alfombra, pisando una y otra vez los derechos de
estos colectivos y, por extensión, los derechos humanos. Es la retórica eufemística de los Estados, la
misma que traslada el eufemismo de las palabras a los hechos y consigue
distorsionar la realidad social. El debate
que ha poner en discusión la necesidad de las fronteras y las naciones, que
debe discutir el libre tránsito de las personas en todo el mundo… se convierte
en inexistente y esconde esta realidad de ciudadanos de primera, ciudadanos de
segunda, y no-ciudadanos. Las
consecuencias son un mayor esfuerzo social, que no estatal o gubernamental, con
el fin de equilibrar el sistema y solucionar estas desigualdades, y las
energías que necesita una sociedad para progresar serían dirigidas a curar las
heridas que el mismo sistema provoca. En
consecuencia, podemos afirmar que el progreso de la sociedad real y participativa
es obstaculizado por el modelo de sociedad que impone el Estado de Bienestar -y
todo Estado en general- en la medida en que evita intervenir en la raíz de los
conflictos.
¿Qué rumbo toma la
sociedad del siglo XXI?
La sociedad actual es
excesivamente cambiante y esta situación requiere poner en valor estas
relaciones afectivas y humanas tan preciadas.
Apenas estamos entrando en
el primer cuarto del siglo XXI y nuevo cambia el paradigma. Con él, han de
cambiar también nuestras actuaciones: deberíamos ser suficientemente
inteligentes y aprovechar estos momentos históricos para consolidar nuevos
tejidos sociales basados en relaciones humanas afectivas, respetuosas y
solidarias que logren sustituir las relaciones verticales y excluyentes de los
sistemas neoliberales.
Es necesaria la colaboración
protagonista de todo individuo en la creación global de la nueva comunidad. Estamos presenciando unos momentos de vacío
histórico donde el individuo reclama su participación activa y las
instituciones cada vez pierden más representación en beneficio de la extensión
de la democratización real y no institucional, la que presupone la acción libre
de todo individuo y su auto-organización al margen de cualquier tipo de modelo
estatal. Son unos momentos extraños en
los que el individuo quiere recuperar aquella vertiente humana robada tiempo
atrás y que toda la tecnología actual no ha logrado sustituir.
Son los momentos en los que
el Estado de Bienestar debe intentar autodestruirse y romperse como el huevo
que da lugar al nacimiento de una nueva vida, una vida donde no existan desheredados
y donde el individuo por fin llegue a construir su propia sociedad. Cuando ese momento llegue, cuando el individuo
y la comunidad forman un todo, no habrá lugar ni espacio para las desigualdades
y nos encontraremos en un perfecto y próspero equilibrio de igualdad y
libertad.
Traducción al castellano de
texto publicado en La Safor Llibertària nº 7